sábado, 5 de mayo de 2007

EL VIOLÍN NO NECESITA DE VULGARIDADES EN EL ESTUCHE


El Violín no necesita vulgaridades en el estuche



La primera obra maestra del cine mexicano del siglo XXI. Así califica el crítico Rafael Aviña a El Violín: es realista y cruda cuando tiene que serlo, y poética cuando debe.

Como espectador, estuve a punto de dejar de verla después de los minutos de arranque. Me pareció otra insoportable historia de las fuerzas militares malas que violan y arrasan al pueblo bueno. Pero terminé sucumbiendo ante Plutarco (Ángel Tavira), el octogenario violinista manco que nos recuerda con sus canciones de jilgueros y cenzontles que, aún en las peores situaciones, la música sabe tocar el acento de la vida. Y ante el capitán del ejército que acaba de desmantelar el campamento guerrillero del hijo de Plutarco y le dice al violinista que puede perdonarle lo que sea, armar a los insurrectos incluso, pero “no que me dejes tristeando sin música”.

Por eso me parece una insolencia, una vulgaridad, que se quiera vender esta extraordinaria película de Francisco Vargas como una apuesta por la libertad política. O, peor: como una batalla contra la censura. Y que se diga que El Violín puede acabar “de una vez por todas con el miedo de saber quiénes somos y cómo somos”. ¡Dios!

¿Qué fueron en su momento El apando, Actas de Marusia, Cananea, Rojo amanecer, De la calle, por citar algunas cintas? ¿Meros ensayos para prefigurar la llegada de El Violín?

Con la pulcritud que lo caracteriza, Rafael Aviña se aleja del facilismo ideológico para apuntar que El Violín es una película perfecta por su contundencia dramática, “fuera de serie a pesar de su aparente sencillez”.

Suficiente. Una obra maestra no requiere de vulgaridades propagandísticas. Escuchemos ahora qué dice el espectador.